La historia de Antonio Machado se encuentra íntimamente ligada a Soria. El poeta viene de pasar años en ciudades importantes, de vivir Madrid y en París. Y sin embargo en 1907 aparece enseñando Francés en un aula de una pequeña capital de provincia, una de las menos visitadas de todas, y se enamora. Y no resulta difícil el imaginar porqué.
Soria vive separada del resto por amplios campos entre cerros verdes, y a sus pies el Duero lento de siempre. Sus gentes salen todas las noches a comer tapas y beber como si de Barcelona se tratase. Hay cierta alegría en Soria, pese al clima que los esconde en sus casas la mayor parte del año. El sistema de bicicletas públicas en Soria es un fracaso. Es que ¿quién va a buscar una bicicleta con las subidas y bajadas, la llovizna y la nieve?, me explican los locales.
Pero caminar a la vera del Duero se puede, y mucho, protegiéndose bajo los chopos (álamos) que reemplazaron a los sauces llorones hace ya tiempo. Soria es para poetas, dice Machado, y el más famoso de todos se enamora de una pequeña de trece años, a la que desposa cuando llega a los quince. Pero tres años después ella enferma de tuberculosis y muere, dejando a Machado con el corazón partido y la necesidad de abandonar el pueblo. Una semana después del funeral, Antonio abandona Soria a la que no volverá por veinte años. Pero nos quedan sus versos, su esperanza frente al olmo atravesado por un rayo pero cuyas hojas verdes prometen un renacimiento, la melancolía que invade todas las callejuelas y que fortalece en el poeta su vena literaria, la que todos conocemos.
“Hace algún tiempo en ese lugar, donde hoy los bosques se visten de espinos, se oyó la voz de un poeta gritar, caminante no hay camino, se hace camino al andar, golpe a golpe, verso a verso”.
lunes, 14 de junio de 2010
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